martes, 5 de abril de 2011

Demografía Siglo XVIII

Durante el siglo XVIII, y sobre todo en la segunda mitad de dicho siglo, se produjo un notable incremento de la población europea. Los demógrafos proporcionaban cálculos basados en las esta- dísticas de los impuestos y en los registros de nacimientos y defunciones.
En la historia de las poblaciones europeas se suelen distinguir dos grandes sistemas: un antiguo régimen demográfico y otro propio de la revolución demográfica. El primero sería bien conocido para los siglos XVI, XVII y parte del XVIII, y el segundo correspondería a la segunda parte del siglo XVIII y al siglo XIX.
Algunos historiadores, han calificado el siglo XVIII de época de revolución demográfica. Con todo, los cálculos estadísticos eran notoriamente insuficientes. Los había de dos clases: se basaban en los registros parroquiales de nacimientos, matrimonios y defunciones o sobre un censo, un recuento de cabezas, raro antes del siglo XIX. Recordemos que los registros parroquiales en Inglaterra y en Francia datan de la década de 1530; en Noruega y Suecia de la de 1680, y en Rumania -parte del territorio otomano- del siglo XVII en el caso de los protestantes y del XVIII en el de los griegos ortodoxos. Los primeros recuentos nacionales conocidos, basados en los registros, fueron realizados en Austria en 1695 y Prusia en 1775.
Es muy importante saber que, a comienzos del. siglo XVIII, la población de Europa era mucho más numerosa que doscientos años antes, pero no debía haber recuperado aún el. Nivel anterior al ataque bubónico de mediados del siglo XIV. Prácticamente todos los países conocieron un crecimiento demográfico interrumpido en la segunda mitad del siglo XVIII. Por Estados, es difícil precisar la cronología exacta del desarrollo, aunque su existencia es incontrovertible. Entre 1695 y 1801, Inglaterra crecería cerca del 70 por ciento. En los países escandinavos, el aumento sería posterior a 1750. En Escocia, entre 1755 y 1801 se produciría un alza del 30 por ciento. La aceleración sería más importante en España e Italia que en Francia, que sólo se beneficiaría de un aumento secular del 32 por ciento, más rápido en la segunda parte del siglo que en la primera.
Si el único dato que aparece indiscutible en primer término es el del aumento general de la población, que se acentuó en la segunda mitad del siglo, el segundo resulta de la forma desigual en que el aumento afectó los continentes y los países. Se ha estimado que el volumen demográfico europeo pasó de 110 millones de habitantes el 1700 a 187 millones el 1800. La tasa de crecimiento no fue igualada, seguramente, en ningún período anterior.
A lo largo del siglo XVIII, el número de habitantes de:
  • Gran Bretaña pasó de 8 a 15 millones;
  • El de Francia, de 23 a 29;
  • El de España, de 7 a 10;
  • El de los Estados italianos, de 9 a 13;
  • El de Bélgica, de 1 millón y medio a 3;
  • El de Suecia, de poco más de 1 millón y medio a casi 2 millones y medio;
  • El de Prusia, de 1 a 3 millones, y
  • eel de Holanda, de 1 millón al. 700.000.
Las mayores densidades de población se obtenían en Bélgica y Lombardía; las menores, en España, Suecia y Noruega. Después del Imperio de los zares, que pasó de tener 19 millones de habitantes el 1762 a 29 el 1796, hacia 1800 Francia seguía siendo el país más poblado de Europa. La mayor novedad del siglo XVIII fue la de iniciar un proceso de crecimiento la población europea que ya no se detendría. Aquellos incrementos que sólo permitían la recuperación terminaron. Las curvas demográficas iniciaron una ascensión irresistible y multisecular. Las ciudades más populosas eran Londres con medio millón de habitantes;
  • Paris y Viena con un cuarto de millón, 
  • Berlín, con 120.000.
A finales de siglo,  dos ciudades de la monarquía hispánica -Madrid y Barcelona- superaban 100.000 habitantes.
Las esperanzas de vida, calculadas desde el nacimiento, eran mucho más bajas que las actuales. En Francia, por ejemplo, se situaban sobre los 27 años. Necker calculaba que una cuarta parte de los habitantes de ese país morían antes de cumplir los 3 años, otra cuarta parte antes de los 25 años y otra antes de los 50 os. En la Ginebra patricia, la expectativa de vida al nacer ascendió de 41,6 años la primera mitad de siglo a 47,3 en la segunda. En Suecia era de 33,7 años para los hombres y 36,6 para las mujeres, en la segunda mitad del siglo XVIII.
Los factores responsables de la alta tasa de mortalidad eran, en primer lugar, las enfermedades.
  • La viruela fue uno de los más graves asesinos y, a pesar de que se intentó mitigar su impacto mediante la inoculación, hasta práctica- mente el fin de siglo con la vacunación no se consiguieron resultados notables.
  • El tifus, causado por los piojos, y la malaria, producida por los mosquitos, eran algunas de las enfermedades que los hombres de armas dejaban a su paso y su actuación durante la guerra de los Siete Años fue alarmante. Por otra parte, la falta de higiene y la abundancia en las calles de estiércol y moscas provocaron la aparición de tifoideas y diarreas, que afectaban especialmente la población infantil. El escaso aislamiento de los enfermos hacía extender las infecciones rápidamente. Queda, también, el papel de la peste: la aparición en Marsella el año 1720 no fue la última. Es detectable en Sicilia en 1743, y en Polonia y Rusia el 1770. Por otro lado, en el Mediterráneo oriental continuó ostentando un carácter endémico. La lepra había desaparecido casi totalmente y la sífilis ya no era la calamidad que había sido en el siglo XVI.
Otro motivo que podía causar la mortalidad en aquel entonces era la mala alimentación. Podía ser causa de enfermedad evidente en casos como la tuberculosis y el raquitismo, aunque el hambre en gran escala era muy poco frecuente.

Además, una de las causas del aumento de la población debe buscarse en las mejoras sanitarias. Aumentó el número de hospitales en las ciudades, mejoró la ciencia médica y su enseñanza -fueron famosas las escuelas de Leyden y de Edimburgo-, la cirugía pasó de ser un oficio a constituir una ciencia, fueron usados nuevos medicamentos -la quinina contra la malaria y el opio como sustituto de la desconocida anestesia-. También cabe señalar la introducción o mejora del suministro de agua en ciertas ciudades populosas, la eficacia del servicio de recogida de basuras y aun la mejora del alumbrado público - descenso de los homicidios-. Muchas clases sociales disponían de una mejor dieta, con pan y carne de buena calidad. Café, té cacao y chocolate constituían alternativas bien saludables al consumo de vino, cerveza y otras bebidas alcohólicas. Las ventajes del aire fresco de la montaña - descubierto por muchos ciudadanos- y del uso del jabón corresponden a la época que estamos tratando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario